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martes, 17 de abril de 2012

Casas guardadas en cajas


Los hijos de Julio Cano Lasso conservan en su estudio el archivo de uno de los grandes del siglo XX

Patricia Gosálvez Madrid. ELPAÍS




 Dentro de un tubo de cartón cabe todo un bloque de viviendas. Y no uno cualquiera. En las casas de la calle de la Basílica Julio Cano Lasso quiso recuperar, a principios de los setenta, el buen hacer de la arquitectura racionalista de los primeros años treinta. Son pura contención en ladrillo. Unas casas económicas hechas con oficio, equilibrio, sencillez y funcionalidad desnuda en la que las bay windows (miradores poligonales) marcan el ritmo geométrico. Dentro del tubo hay decenas de planos y bocetos de ellas. “Había más, pero se han ido perdiendo...”, suspira Diego Cano Lasso, uno de los ocho hijos que tuvo el arquitecto.

Cuatro eligieron la misma profesión, quizá por ello han conservado con mimo el archivo del padre; un centenar de proyectos, la mitad construidos, que se almacenan en tubos de cartón naranja, en una cajonera y en un sin fín de cajas repartidas por el estudio familiar. El hijo del arquitecto desenrolla con cuidado el contenido del tubo: hay desde bocetos a mano alzada sobre folios llenos de notas hasta limpísimos planos técnicos pasados a tinta sobre quebradizo papel vegetal.

De una caja conservada en un cuarto que hace doblete como “archivo muerto” y bodega de vino sale una colección de fotos en blanco y negro de la obra recién acabada. “Cada tanto tiempo nos llama alguien que está investigando la obra de mi padre y es un latazo tener que ponerse a desempolvar”, dice Cano Lasso. “Lo ideal sería tenerlo todo digitalizado, pero es demasiado trabajo y demasiado dinero”. Así que, como tantos otros archivos de arquitectos españoles, el de Cano Lasso permanece disperso en cajas y tubos, conservado solo gracias al interés y el esfuerzo de la familia.

“La documentación de la arquitectura del siglo XX existe en un limbo; lo anterior está valorado y conservadísimo, lo posterior también, ya que se proyectó con herramientas digitales”, explica Teresa Couceiro, directora de la Fundación Alejandro de la Sota, que ha digitalizado y puesto en Internet 3.000 de los 16.000 documentos del genial arquitecto. “Este problema se ha puesto en evidencia en la última década, cuando fallecieron todos los maestros de esa época”, explica Couceiro. “Desde entonces las familias se encontraron con valiosos archivos y una pregunta, ‘¿Qué hacemos ahora con todo esto?”. Algunos acudieron a los Colegios de Arquitectos (“pero estos no dan abasto”) o los depositaron en universidades; los menos crearon fundaciones para conservarlos y muchos los guardan en casa, más o menos ordenados, cogiendo polvo y tiempo a la espera de un largamente prometido Museo de la Arquitectura. Para evitar que este patrimonio se acabe perdiendo, estropeando o simplemente quedando sepultado en áticos y sótanos privados, la Fundación Alejandro de la Sota, con ayuda del Ministerio de Cultura, ha lanzado el portal www.archivosarquitectos.com, para aunar los esfuerzos de estos archivos dispersos. El objetivo final: “Trasladar nuestra experiencia a otros archivos”, dice Couceiro, “con la metodología y las herramientas que hemos desarrollado en los 10 años, se podrían digitalizar archivos completos en un par de años y a la mitad del coste”. Lo que falta se reduce a una palabra y varios ceros: dinero.

Gracias a un archivo digitalizado y accesible se publican cada año un par de tesis internacionales sobre Alejandro de la Sota. Porque como para cualquiera, para un arquitecto del siglo XX, por muy grande que fuese, que su trabajo esté en Internet y sea fácilmente accesible, significa que su trabajo existe. Pero, ¿si un edificio está construido, y, por tanto, ya existe, cuál es el valor de un montón de planos amarillentos?, se podría preguntar un lego. “La documentación de un proyecto arquitectónico es como la partitura de un músico”, explica Diego Cano Lasso. En ella se ven los procesos y los descubrimientos, las ideas que siempre estuvieron allí y las que se cambiaron. Las anotaciones y los tachones. “En un plano se puede ver si el arquitecto era más racional o más temperamental, si era un detallista o si sabía dibujar...”, añade Cano Lasso sujetando un alzado de la fachada de la calle Basílica. El plano está en color, tiene dibujadas las sombras de las bay windows, los reflejos del cristal y la rojiza enredadera ampelopsis, contra la que, según cuenta Cano Lasso padre en uno de sus muchos escritos, se confabularon los porteros de la finca, para poner “plantas más elegantes”. Él prefería las soluciones sencillas y hermosas. En otro papel que sale de una caja hay un boceto del edificio con unas notas escritas a un lado en las que el arquitecto reflexiona sobre la necesidad de recuperar los patios de manzana para hacer más habitables las ciudades. “Con muy poco se podría conseguir muchísimo”, acaba el apunte. Es de agradecer que sus hijos hayan guardado este papelote durante durante cuarenta años. Porque esos garabatos también son arquitectura.

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